El nogal, árbol frondoso de gran tamaño, alcanza hasta 30 metros de altura y dos de diámetro. Vive más de 200 años. Es majestuoso. Pero nada crece a su sombra. Produce una sustancia tóxica para otras plantas. Además, la competencia por agua y nutrientes que exige el gigantesco árbol impide el crecimiento de otras especies bajo su copa. Lo mismo sucede con varios políticos en América, quienes, con sus ansias de poder, amenazan la estabilidad de la democracia. El poder enferma, envicia. Lo dijo el escritor español Antonio Gala: «Al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra».
Ocurre en Latinoamérica. En Colombia se siente con los dos extremos políticos: en la izquierda el ahora presidente Gustavo Petro no permite el disenso, anula a sus colaboradores cercanos como si no quisiera que nadie opaque su grandilocuencia mesiánica mientras gobierna desconociendo a la justicia y al Congreso. Nadie está a la altura de su espíritu libertador. En la derecha el expresidente Álvaro Uribe, recientemente condenado a 12 años de prisión domiciliaria por fraude procesal y soborno a testigos —fallo que puede ser apelado—, tampoco permite que nadie crezca bajo su sombra. Varios de sus funcionarios terminaron presos por seguir sus lineamientos. La polarización es total y Uribe y Petro se disputan el país con discursos incendiarios.
En El Salvador, la Asamblea Legislativa, dominada por el oficialismo, no solo aprobó la reelección indefinida sin segunda vuelta electoral, sino que amplió el período presidencial de 5 a 6 años. Un camino despejado para que el presidente Nayib Bukele, cuya egolatría lo hace sentir que nació para reconstruir a su país, anular a la oposición y estigmatizar a periodistas, se atornille al poder de igual forma que lo hizo Nicolás Maduro.
No es un secreto que Venezuela comenzó a transitar el camino del autoritarismo cuando ganó la presidencia Hugo Chávez en 1998. Años más tarde, tras su muerte, lo sucedió Maduro, quien no alcanza a ser ni una vulgar réplica del coronel golpista. Desde entonces, a pasos agigantados, han borrado de tajo los derechos y las libertades de la que fuera la nación más rica de Latinoamérica. Maduro y sus esbirros desconocieron el triunfo de Edmundo González, quien ofreció acabar la corrupción, ineptitud y negligencia con las que el régimen, en más de 25 años, ha hundido al país en la miseria.
El mismo rumbo dictatorial lleva Nicaragua. Daniel Ortega cumple 18 años consecutivos en el poder, sin elecciones libres, ni transparentes, en medio de procesos cuestionados. El agónico derrumbamiento de los derechos es el pan de cada día. En Cuba, el régimen, ahora en manos de Miguel Díaz Canel, antecedido por los hermanos Fidel y Raúl Castro, tiene más de 60 años. Los procesos electorales en Cuba, Venezuela y Nicaragua son farsas para legitimar dictaduras.
En Brasil, el expresidente Jair Bolsonaro, fiel representante de la ultraderecha, está en prisión domiciliaria por presuntamente liderar una organización criminal para orquestar un golpe de Estado y mantenerse en el poder tras ser derrotado en 2022. Es el décimo presidente brasileño en ser detenido. Según Human Rights Watch, en su gobierno intimidó al Tribunal Supremo, amenazó con cancelar las elecciones de 2022 y violó las libertades que garantizan el ejercicio sano del periodismo libre.
Situaciones de deterioro similares se vivieron en Ecuador y Argentina durante los mandatos de Rafael Correa y la pareja Kirchner Fernández. En México la ahora presidenta Claudia Sheinbaum no la tiene fácil para desmarcarse de la oscura sombra de su antecesor y jefe político Andrés Manuel López Obrador. Al expresidente lo acusan de abuso de poder, conflictos de intereses de su familia y ataques a la prensa durante su sexenio.
Todo lo sucedido en las llamadas naciones tercermundistas se agrava con el panorama de Estados Unidos en el segundo mandato del presidente Donald Trump. El actual gobierno enfrenta serios cuestionamientos sobre su manejo de las protestas desatadas por las redadas contra inmigrantes. Además, expertos acusan al gobierno de usar sus órdenes ejecutivas, emitidas desde la Sala Oval, para pasar por encima de los poderes legislativo y judicial. La pelea con Elon Musk, su más férreo defensor, y la presión a la Reserva Federal para que se incline ante sus órdenes para manejar las finanzas del país, son claros ejemplos de lo que muchos califican un verdadero abuso de poder desde la Casa Blanca.
Una preocupante fotografía de la democracia en América. Este sistema de gobierno, imperante en occidente, es relativamente nuevo para la humanidad, al menos como lo conocemos en la actualidad. Surgió entre los siglos XVII y XIX, con la Revolución Inglesa, la independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa, que impulsaron cambios para beneficiar al mundo. La tentación de convertir las presidencias democráticas en mandatos imperiales, semejantes a las monarquías antiguas donde el rey decidía sobre la vida y muerte de sus súbditos, es grande. Para evitarlo, quedan la solidez de las instituciones que hacen contrapeso al poder presidencial; y más importante, el pueblo, que debe entender que en la defensa de las libertades y los derechos está el futuro de todos. El poder debe tener un límite y no estar en cabeza de una sola persona. Para entenderlo, es justo recordar una frase del periodista, político y filósofo británico irlandés Edmund Burke: “Cuando mayor es el poder, más peligroso es el abuso”.